Te lo juro por Arturo


Hace dos días me presenté, por tercera vez, al examen para optar al título de Intérprete Jurado. Para quienes no sepan de qué se trata, no es una oposición, ni una prueba eliminatoria. Lo que se obtiene es la capacitación para elaborar traducciones juradas o, dicho de otro modo, para certificar que el texto en el idioma de llegada es fiel reflejo del texto original. Entonces se pone una coletilla donde lo manifiestas y pones tu sello de traductor jurado, que es un sello de caucho de esos que se encargan en las imprentas o, en algunos casos, en los establecimientos donde arreglan zapatos y hacen copias de llaves. El precio de una traducción jurada es algo superior al de una traducción normal, sí, pero si miramos de qué se hace normalmente una traducción jurada (certificados de matrimonio, partidas de nacimiento) vemos que lo que el traductor cobra por el trabajo será casi siempre la tarifa mínima (correspondiente a unas 300 palabras) que es fija y puede oscilar entre los 35 y los 60 euros.

Si no hay eliminación, ni ganancia de puestos, ni la posibilidad de ganar más dinero para el profesional, salvo contados casos, ¿dónde está el truco? Ojalá lo supiera. Yo os puedo hacer un resumen de los hechos y que cada cual saque sus conclusiones. La convocatoria es anual, al menos en teoría. Se pueden presentar, previo pago de unos 35 euros en concepto de derechos de examen, todas las personas que tengan una diplomatura universitaria, o que sean ingenieros o arquitectos técnicos (¡). El examen consta de cuatro pruebas: una traducción de inglés (o del idioma que sea) al castellano sin diccionario, otra del castellano al inglés (ibid), ambas sin diccionario y una tercera del inglés al castellano con diccionario. Las dos primeras se hacen seguidas, en un plazo de dos horas. Después de un descanso de 15 ó 20 minutos, se hace la tercera. Ahora bien, si el tribunal estima que el candidato no pasa la primera prueba, no sigue leyendo. Si pasas la primera, te corrigen la segunda, y si pasas también la segunda, entonces miran la tercera. Si apruebas las tres, te sometes a otro examen, este último oral que, una vez aprobado también, te capacitará como traductor jurado. ¿Más datos? El examen se hace con papel y bolígrafo, manuscrito, los diccionarios que se pueden manejar son sólo diccionarios publicados, no se permite el uso de diccionarios en formato electrónico ni glosarios, notas o ejercicios propios. Del examen que hicimos el sábado tendremos noticia en mayo. El porcentaje de aprobados suele estar entre el 3 y 5%. Los que pasen, irán a la prueba oral en otoño, es decir, cuando haga DOS años de la última convocatoria.

Surrealista, ¿verdad? Cuando menos. Porque esto no es todo. Hacemos un examen en condiciones totalmente irreales: hoy en día nadie que tenga el menor prurito profesional ni la decencia que requiere esto osa hacer una traducción sin consultar todas las fuentes posibles. Es decir, diccionarios, glosarios, Internet, jurisprudencia, documentos reales, colegas traductores, amigos abogados y lo que se tercie. Pues esto no se tiene en cuenta. Si pensamos que, además, la condición para aprobar es cero fallos, pasamos del surrealismo a la misión imposible. Podríamos pensar que es posible aprobar (de hecho, un porcentaje mínimo lo hace) incluso en estas condiciones si se tiene la suficiente experiencia profesional como traductor, es decir, años y años. Entonces me pregunto ¿qué hace presentándose al examen un diplomado en Informática, de 20 años de edad? No lo sé. ¿Por qué no exigen contar con un título previo en traducción, de tantos como hay? La Universidad Complutense ofertaba un examen, no sé si lo sigue haciendo: también se podía presentar cualquiera, pero no servía para nada (a efectos prácticos, quiero decir) salvo para comprobar tu propia competencia en ambas lenguas. Yo lo hice recién licenciada y me tocó traducir al inglés un fragmento de La familia de Pascual Duarte. Saqué un 5,6, pero podría ser un síntoma para valorar si puedo hacer el examen de traductor jurado o debo quedarme en mi casa. Me pregunto cuántos ingenieros había el otro día en la sala capaces de traducir al inglés La familia de Pascual Duarte con cierta dignidad. Habría alguno, claro, pero no todos. El pulso de la situación me lo da las preguntas que hacía la gente: ¿Tenemos que traducir también el título? Maldita-sea-mi-estampa, claro que tienes que traducir el título, cielo. ¿Cuántas traducciones has hecho en tu vida? Ninguna, esa es la respuesta: si hicieras esto a diario, no preguntarías tal cosa. Pero el tribunal tendrá que corregir quinientos o seiscientos exámenes, y los que somos profesionales de la traducción tendremos que esperar hasta mayo a que el tribunal invierta su tiempo en casos perdidos. Por otra parte, en 2010 no hubo convocatoria. Esta de enero de 2011 es la que tenía que haberse celebrado en otoño de 2010. La explicación para el retraso era que estaban modificando los términos del examen ante el número de quejas por la opacidad de las correcciones. Es decir, que ahora todo será menos opaco: me dirán dónde he metido la pata y podré recurrir. Bueno. De la otra queja generalizada no decían ni palabra, pero ya os lo digo yo: si eres licenciado en Traducción e Interpretación el título te viene dado. Tal vez con esto se responde a la pregunta de por qué aprueban tan pocos. No sé si queréis preguntar algo más. Yo sí, yo me pregunto: ¿Es que esto no va a cambiar nunca, no va a dar un giro hacia el realismo, la sensatez y lo práctico? Y lo justo, por amor del cielo, porque el hecho de que quien corrige no vea mi nombre, sólo un número, el hecho de que todos tengamos la mismas oportunidades porque no nos dejan dar la vuelta al papel con las preguntas mientras no se hayan repartido todos, el hecho de que se pueda presentar un diplomado en Historia que trabaja de comercial en las mismas condiciones que un profesional de la traducción con quince años de experiencia a mí no me parece justicia ni democracia. Me parece un desbarajuste. De momento, a esperar hasta mayo. Qué cruz.

Acerca de Amelia Pérez de Villar

Traductora por el Institute of Linguists of London, he publicado las traducciones La nave de Ishtar, de Abraham Merritt (Valdemar 1991), Sound Bites, de Alex Kapranos (451 Editores, 2007), La estrategia del colibrí, de Francesco Morace (Ed. Experimenta, 2008) Ensayistas y Profetas, de Harold Bloom (2010) Escribir ficción (2011) y Criticar ficción (2012) de Edith Wharton, y Novelistas de Henry James en 2012 (Páginas de Espuma). Debuto en septiembre de 2011 como autora de la edición (traducción, prólogo y notas) de las Crónicas literarias y Autorretrato de Gabriele d'Annunzio (Fórcola Ediciones). Como autora, he publicado relatos en diferentes antologías y revistas, algunos de ellos finalistas de concursos, como "Manuela" (Los nuestros son todos, Fundación Civilia, 2005), "Escena con fumador en blanco y negro" (Canal Literatura, 2007, ganador del Tercer Premio) o "Si yo tuviera el corazón", publicado en el último número de la revista Renacimiento. En febrero de 2012 he publicado el ensayo biográfico Dickens enamorado (Fórcola). En mayo de 2016 apareció mi primera novela, El pulso de la desmesura y ahora, mayor de 2018, se publica la segunda, Mi vida sin microondas, ambas en Fórcola Ficciones. He sido también redactora en prensa escrita y colaboradora en la publicación digital Notodo.com. Más información en mi página web: www.ameliaperezdevillar.com
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8 respuestas a Te lo juro por Arturo

  1. María José de Acuña dijo:

    Bueno, pero ya lo has hecho, vuelves a ser persona, aunque hables de ello unas cuantas veces de aquí a mayo. Te ayudaremos a llevar esa cruz, descuida.
    Y estoy contigo: no es justo, debería valorarse la experiencia, ¡siempre nos han dicho que era un grado…!

    • Gracias, María José: el asunto es que ni siquiera pido que compute la experiencia: sólo pido que la ausencia de experiencia sea un impedimento para que cualquiera se presente: no por fastidiar, sino para establecer un baremo lógico y serio entre los que pueden ser candidatos y los que no deberían poder serlo. Creo que es una petición modesta y razonable. Este es un terreno en el que verdaderamente la experiencia es un grado, como en tantos otros. Por eso resulta aún más indignante que se haga como se hace.

  2. David Soler dijo:

    jaja.. lo siento, pero es que es mejor reir que llorar. Bueno, bueno, lo malo no es que se presente gente que no debería, que está muy bien en aras de la igualdad de oportunidades, lo malo es que el sistema está obsoleto y que no haya medios para corregir eso en mucho menos tiempo.
    Si un informático quiere presentarse a un examen donde no tiene ninguna oportunidad es que no merece ni tener el título de informático. Debería volver a la EGB (o a Primaria) a ver si le enseñan un poco de productividad (bueno igual eso se enseña en secundaria).
    Ánimo, que ya falta poco 😉

    • Sí a todo, David. Qué puedo decirte. Obsoleto es poco. Y aquí, lo siento, no se trata de igualdad de oportunidades. Si alguien pretende ser traductor jurado, ha de ser previamente traductor, igual que para ser físico nuclear hay que ser previamente físico y para ser traumatólogo hay que ser antes doctor en medicina. Si se demuestra que se es traductor, con formación, experiencia o titulos previos, no tengo inconveniente en que se presenten cocineros o mecánicos. Esa es mi reivindicación. Y por supuesto, que alguien arregle lo de la obsolescencia, sí, que ya va siendo hora.

  3. David Soler dijo:

    Perdón, que antes se me olvidó preguntar. Es una curiosidad, eh?
    Es sobre el título… lo de te lo juro por Arturo ¿es una variante mesetaria del «te lo juro por Snoppy»? o ¿una variante de los ambientes literarios de la capital? ¿del gremio de los traductores? o ¿es un misterio que hace referencia y juega con las leyendas artúricas? (lo digo por tu predilección por lo british, eh?) … es que me tiene intrigado.

    • No damos puntada sin hilo, ¿eh? Pues el título me venía al pelo: que yo sepa, sí, es una variante del «te lo juro por Snoopy», no sé si mesetaria o de otra índole. De los ambientes literarios de la capital, nada, y menos del gremio de los traductores. Se decía hace años, supongo que ya estará out of fashion. Como además rima, pues todo encaja. Lo de las leyendas artúricas debe de haber sido el subsconsciente traicionero, porque el rey Arturo y yo hemos estado compartiendo versos en los últimos tiempos, sí. Ya ves que en De libros y de hojas no hay trampa ni cartón: un poco de poesía, algo de literatura y mucha filosofía parda. A veces, tripas, y siempre corazón. Un abrazo, David.

  4. Amelia, la paciencia es una forma de resistencia. El humor, otra. La amistad, y compartir penas y alegrías con los amigos, la forma más radical de resistir al absurdo y a las injusticias. Citando al socorrido Cicerón:
    «La amistad no es otra cosa que la concordia total de pareceres sobre todas las cosas divinas y humanas, sumada a la benevolencia y el afecto. Y no creo que, exceptuada la sabiduría, los dioses hayan hecho al hombre un regalo mejor. (…) ¿Qué vida merece ser vivida, como dice Enio, que no descanse en la mutua benevolencia de un amigo? ¿Qué es más dulce que tener a alguien con quien te atrevas a hablar de todo como contigo mismo? ¿Qué provecho tan grande habría en las ocasiones prósperas si no tuvieras a alguien que se alegrara por ellas tanto como tú mismo? Y sería difícil soportar las adversidades sin uno que las sintiera incluso más que tú. (…)La amistad, a cualquier parte que nos volvamos, la encontramos dispuesta. Nunca está de sobra, nunca es inoportuna, jamás es molesta. (…) La amistad da mayor esplendor a la prosperidad y hace más ligeras las desgracias compartiéndolas y haciéndolas comunes».

    Ánimo, y por la próxima.

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